Esto no es que sea un clásico, no, es un título imprescindible, una película que debería ser obligatoria en los colegios (ni siquiera estoy diciendo que se imparta una asignatura de cine o de cultura en general, podría aceptar que la mostraran en Historia, o en Conocimiento del medio, en lugar de aprender los riachuelos más importantes de la endogámica provincia que toque, o en Religión, o en Ética, donde sea).
Estamos ante una de las películas más complejas y redondas de, pónganse de pie, el titán John Ford. Palabras mayores aquí, ¿eh? Y además viene acompañado por su actor fetiche, el Duque, el oeste encarnado, el mítico John Wayne, en una de sus mejores interpretaciones (seguramente la mejor).
Nos encontramos el salvaje oeste de Ford, esa basta tierra, extrañamente hermosa, de espacios abiertos, de paisajes lunares y marcianos, en los que los hombres vagan, viven, matan y mueren. El western de la libertad, en el límite de la realidad, donde solo un puñado de tipos se adentran, más allá del límite del poder de Dios. Allí, el desierto es el infierno y el cielo. Es un sistema perfecto, herméticamente cerrado, que conforma una fábula perfecta.
Centauros del desierto no solo es uno de los títulos más importantes del género, sino que es claramente una de las mejores películas de la historia del cine. Se trata de una historia compleja, llena de lirismo, de simbolismo. No se puede ver para pasar el rato, hay que estar atento a los detalles, es entonces cuando aparecen los temas: la fidelidad, la venganza, el miedo, la soledad... No, no se trata de una película en la que salen tíos duros pegándose tiros y andando lentamente, aquí tenemos a hombres y mujeres de verdad, auténticos, enfrentados a su tiempo. La película es una búsqueda, incluso antes de que la "busqueda" comience.
Por un lado tenemos a Ethan (John Wayne), un rudo hombre del oeste, un aventurero, un nómada, un soldado derrotado que regresa de la guerra pero que no sabe a dónde dirigirse realmente, ya que su hogar no es su hogar, y solo en el camino tiene la incertidumbre de la esperanza, de que algo suceda. Por otra parte, tenemos a Cicatriz (Henry Brandon), un indio comanche que movido por la venganza (todos sus hijos fueron asesinados) ataca a los colonos de las granjas de la zona.
Desde el primero momento Ford deja muy clara la relación que hay entre Ethan y Cicatriz. Son un mismo yo en lugares diferentes del espectro. Son iguales, y solo se diferencian en los matices.
Tras una maniobra trampa de los comanches, la familia de Ethan es asesinada, pero su pequeña sobrina Debbie (Natalie Wood) ha desaparecido. Al no encontrar su cadáver, Ethan comprende que los comanches se la han llevado para criarla como uno más de ellos. Es entonces cuando con la compañía de su único pariente vivo a excepción de Debbie, Martin (Jeffrey Hunter), comienza una búsqueda sin descanso tras los pasos de Cicatriz, y por lo tanto, de Debbie.
Se podría tener la tentación de pensar que Ford trata a los indios comanches como sádicos bárbaros que atacan a gente inocente y a los blancos como pobres indefensos que solo buscan vivir en paz, pero nada más lejos de la realidad. De hecho, los ataques de los indios se producen en elipsis, mientras que los ataques de los blancos se muestran con toda su crudeza. Ford nos deja claro que no hay buenos ni malos, pero deja claro que tiene un amplio respeto por los indios, a los que ataca, pero también justifica.
Por momentos, la película se convierte en una comedia negra de colegas, o buddy movie, contando las andanzas de tío y sobrino por las duras tierras de unos Estados Unidos recién salidos de la Guerra de Secesión. Hay tiempo para algún momento hilarante, como el extraño matrimonio entre Martin y una muchacha india. Sin embargo, en todo momento se mantiene la dureza que Ethan intenta mantener, ya que no se permite a sí mismo ni un momento de calma o paz. Digamos que se auto flagela, ya sea para cumplir una penitencia o para seguir sintiendo algo.
Al final encontrarán a Debbie, pero la chica parece no recordar (o mejor dicho, no querer recordar) casi nada de su vida anterior. Ethan se debate entre sus sentimientos, pero al final vuelve a ver en los ojos de Debbie a su pequeña sobrina favorita, aquella que lleva tantos años buscando. La realidad elimina la imagen idealizada que lo había movido a una eterna huida hacia delante, y el círculo comienza a cerrarse. Debbie se va recuperando, y finalmente Martin, Ethan y ella comienzan el regreso a casa.
Mientras para Martin y Debbie la vida, que había permanecido en un estado de stand-by durante años, vuelve a comenzar, para Ethan produce una gran sensación de vacío. Ya no tiene nada por lo que seguir luchando, y su espíritu nómada no sabe muy bien qué hacer. Perdió la guerra, perdió a su familia, luego en cierta medida la recuperó, pero para él la vida es el camino.
Los planos finales de la película son una maravilla. Con ese John Wayne que se queda mirando desde fuera, que asiste como espectador al reencuentro con la felicidad de Martin y Debbie. Y luego gira y se va hacia el desierto, el único lugar sobre el que puede vagar, como un espectro que tiene que pagar por sus pecados y que ya no tiene otra meta que errar eternamente.
El círculo se cierra. Ford nos lo deja claro, por la forma en que la película empieza y también por la forma en la que acaba. Aquí tenéis un montaje con el inicio y el final de la película. Disfrutad de ellos, y lo demás ya es leyenda...
Título original: The Searchers. Dirección: John Ford. Guión: Frank Nugent. Música: Max Steiner. Reparto: John Wayne, Jeffrey Hunter, Natalie Wood, Henry Brandon, Ward Bond, Vera Miles, John Qualen, Olive Carey, Harry Carey Jr., Ken Curtis, Walter Coy, Hank Worden.
LO MEJOR: La belleza de los espacios abiertos del salvaje oeste. La interpretación de John Wayne. La valentía de John Ford. La manera de cerrar la película.
LO PEOR: Cicatriz podría haber tenido algo más de carisma, aunque es evidente que Ford quería que solo fuera un reflejo del personaje de Wayne, y hubiera dado lugar a una película diferente y seguramente peor.
NOTA: 10/10
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